Escritor en pena
Escribir es una pasión que muchos llevamos dentro, escribir alivia el alma, acompaña soledades, reconforta y a la vez nos mantiene vivo en la memoria cosas que nos han pasado, que vimos o nos contaron. Por eso escribo, para no olvidar siquiera un detalle de lo ocurrido en la película más larga, interesante y a la vez aburrida que he visto: Mi vida!
sábado, 8 de enero de 2022
Saturnalia
Confesión de un crimen: 5:30 AM lloviendo, todavía oscuro. Un motorista sin luz en vía contraria, yo miope... Hola Karma!
sábado, 14 de mayo de 2011
Leyendas Urbanas...
La Venganza de Simeón…
Por más de sesenta años Simeón había ejercido la función de jardinero en la casa de la familia Aybar, fue la muerte quien se encargó de jubilarlo de sus labores una mañana tranquila de junio. Nunca se supo sobre su pasado, de dónde vino, si tuvo mujer, hijos.
La casa de los Aybar era la más grande de todo el barrio. Era una casona de madera de varias plantas y con un patio enorme que mas bien parecía una porción de la selva Amazona en mitad de Santiago. El jardín estaba siempre florecido y cuidado con delicadeza por Simeón, rosas y orquídeas predominaban y su aroma se impregnaba en quien por allí pasaba. El patio pasaba entonces a su espesura por la gran cantidad de árboles frutales que habían sembrado en la propiedad, mangos, guayabas, cajuiles habitaban a montón y era el interés de mi hermano y mío que con la ausencia de Simeón y su celo enfermizo por evitar que tomaran hasta una simple cereza, todo iba a estar a nuestra disposición.
A pesar de su férrea vigilancia siempre nos la ingeniamos para burlar su control con un plan sencillo pero eficaz, yo llamaba su atención por uno de los linderos de la propiedad al gritarle cuanto insultos me llegaban a la cabeza en el momento, del otro lado mi hermano metía en una mochila docenas de frutos maduros y listos para saborear. Simeón se enfrascaba en perseguirme con una vara de madera que prometía romperme en el espinazo si me atrapaba. Me subía en uno de los muros del fondo que eran bastante alto y no podía alcanzarme. Se quedaba debajo mirándome con una ira incomprensible, entonces guardaba silencio y se iba a sentar debajo de algún árbol para evitar que yo penetrara de nuevo.
Con el tiempo se fue cansando del juego y en las últimas semanas ni se molestaba en siquiera amenazarme, sentado en una silla de guano debajo de un naranjal con la mirada perdida como si estuviera ya muerto, la única señal de vida que daba era al silbar una bella melodía que ejecutaba con tal perfección que era un deleite escucharle. No se cansaba de silbar, yo tampoco de escuchar, era como si con cada tonada evocara un viejo amor que hoy sólo los rosales traían a su memoria.
A Simeón no lo velaron al morir, lo llevaron directo al cementerio donde lo enterraron en una fosa común, nadie le lloró. Al entierro sólo asistieron uno de los miembros de la familia para la cual sirvió casi toda su vida y el sacerdote de la parroquia. Nosotros no le guardamos luto y a la semana atacamos con furia una mata de guayaba. Luego de depredar la mata nos tiramos debajo de una de tamarindo a disfrutar el manjar, esa misma tarde en plena comilona el viento nos jugó una broma pesada, fue lo primero que pensamos, y deslizó hasta nuestros oídos la bella melodía que Simeón siempre silbaba. No lo pensamos dos veces y corrimos sin parar hasta llegar a nuestra casa.
Regresamos al patio convencido de que todo fue producto del viento, pero de nuevo escuchamos la melodía y de nuevo corrimos. Esta vez no pudimos buscar una excusa razonable y por unanimidad decidimos no regresar al patio de la casa Aybar.
Todo hubiese quedado hasta ahí de no haber sido porque una mañana escuché la melodía de Simeón en un solitario pasillo de la escuela cuando iba en busca de mi hermanita en el maternal. Corrí hasta el aula donde estaba mi hermano que simplemente dijo: ¨¡Hay que buscar ayuda!¨
A pesar de que mis padres eran religiosos a extremo, mamá era bien accesible y se puede decir que hasta permisiva con las travesuras que hicimos en la niñez y adolescencia. Por ello fue la elegida para exponerle el problema que nos acosaba. Nos escuchó en silencio pero siempre atenta de nuestra confesión y el evento sobrenatural que vivíamos. Si se enojó nunca lo demostró, su rostro, diría, fue de franca preocupación.
-Debemos ir donde el Padre Carlos y contarle-Dijo.
Para ir a la iglesia era obligatorio pasar frente a la casa de los Aybar por ser esa una calle sin salida y nosotros vivir casi en el fondo de la misma, de nuevo escuchamos el ahora macabro silbido de Simeón, y mamá junto con nosotros se dio a la fuga. Llegamos a la parroquia con el alma en vilo, le contamos como pudimos al Padre que nunca puso en duda la historia por el respeto que mamá se había ganado en la comunidad. El padre dijo que eso era el alma de Simeón que estaba penando, con una misa y confesión de los ofensores se solucionaba todo.
Siempre había tenido mis dudas sobre los secretos de confesión, para sorpresa nuestra todos en el barrio se enteraron de las ¨apariciones¨ del difunto jardinero. Dos días después una vecina juraba haber escuchado a Simeón al pasar frente a la casa de los Aybar. La histeria se desparramó por las calles del barrio por lo que se buscó al padre para llevar a cabo una misa en pleno patio.
El cura llegó de sotana y dos monaguillos como pajes de boda. Fue sacando de un bultito un potecito de plástico con el agua bendita, un rosario y otras cosas que no pude reconocer en el momento. Casi todos los vecinos se unieron a nosotros y la familia Aybar que accedieron de mala gana por decir que todo eso era charlatanería de muchachos majaderos y malcriados.
El rito inició con el Padre lanzando agua bendita por todos lados al momento que nos arrodillamos dándonos golpes en el pecho mientras rezábamos el santo rosario. Prosiguió el padre con una letanía en latín que cargaron mucho más el ambiente que de por sí ya era pesado. Pidió que nos pusiéramos de pie y le siguiéramos, entonces todos incluyendo al cura y los incrédulos Aybar escuchamos a Simeón, el temor se apoderó del grupo. El padre Carlos invocó a todos los santos conocidos para que le mostraran al difunto el camino hacia el paraíso. La dueña de la casa interrumpió al padre y gritó:
-Simeón, tú necesitas algo? Una novena? Estamos aquí para complacerte, habla, di lo que te hace falta!-
Avanzamos por el patio siguiendo el origen de la melodía entre los árboles, llegamos hasta un pequeño estanque y para sorpresa de todos encontramos a una nieta de la dueña de la casa que con apenas unos siete años imitaba fielmente la melodía que entonaba cada día Simeón. Al preguntarle la abuela porqué lo hacía, respondió:
-Porque estos dos, señalando a mi hermano primero y luego a mi, siempre se burlaban del pobre Simeón. Al ver que se asustaron me sentí bien y hasta en la escuela los asusté-
-Bueno, todos a sus hogares, aquí no ha pasado nada- Dijo el Padre Carlos.
Nos dimos la vuelta y caminamos despacio y en silencio. La melodía se escuchó de nuevo y todos miramos a la niña que iba abrazada a su abuela y ni siquiera había hablado, volteamos asustados hacia el patio y fuimos testigos como los silbidos de Simeón se fueron alejando hasta perderse en el fondo de la propiedad.
A la niña se la llevaron a vivir a Miami con sus padres, mi hermano y yo nunca nos arriesgamos de nuevo a pisar el patio de la casa Aybar a pesar de que los silbidos de Simeón jamás se volvieron a escuchar. Ha pasado el tiempo y todavía al pasar frente a la casa una especie de escalofrío se apodera de mi ser, quizás sea Simeón que no está satisfecho con su venganza, o que en realidad me remuerda la conciencia.
Vi Ho Purgatto Ancora!
Por más de sesenta años Simeón había ejercido la función de jardinero en la casa de la familia Aybar, fue la muerte quien se encargó de jubilarlo de sus labores una mañana tranquila de junio. Nunca se supo sobre su pasado, de dónde vino, si tuvo mujer, hijos.
La casa de los Aybar era la más grande de todo el barrio. Era una casona de madera de varias plantas y con un patio enorme que mas bien parecía una porción de la selva Amazona en mitad de Santiago. El jardín estaba siempre florecido y cuidado con delicadeza por Simeón, rosas y orquídeas predominaban y su aroma se impregnaba en quien por allí pasaba. El patio pasaba entonces a su espesura por la gran cantidad de árboles frutales que habían sembrado en la propiedad, mangos, guayabas, cajuiles habitaban a montón y era el interés de mi hermano y mío que con la ausencia de Simeón y su celo enfermizo por evitar que tomaran hasta una simple cereza, todo iba a estar a nuestra disposición.
A pesar de su férrea vigilancia siempre nos la ingeniamos para burlar su control con un plan sencillo pero eficaz, yo llamaba su atención por uno de los linderos de la propiedad al gritarle cuanto insultos me llegaban a la cabeza en el momento, del otro lado mi hermano metía en una mochila docenas de frutos maduros y listos para saborear. Simeón se enfrascaba en perseguirme con una vara de madera que prometía romperme en el espinazo si me atrapaba. Me subía en uno de los muros del fondo que eran bastante alto y no podía alcanzarme. Se quedaba debajo mirándome con una ira incomprensible, entonces guardaba silencio y se iba a sentar debajo de algún árbol para evitar que yo penetrara de nuevo.
Con el tiempo se fue cansando del juego y en las últimas semanas ni se molestaba en siquiera amenazarme, sentado en una silla de guano debajo de un naranjal con la mirada perdida como si estuviera ya muerto, la única señal de vida que daba era al silbar una bella melodía que ejecutaba con tal perfección que era un deleite escucharle. No se cansaba de silbar, yo tampoco de escuchar, era como si con cada tonada evocara un viejo amor que hoy sólo los rosales traían a su memoria.
A Simeón no lo velaron al morir, lo llevaron directo al cementerio donde lo enterraron en una fosa común, nadie le lloró. Al entierro sólo asistieron uno de los miembros de la familia para la cual sirvió casi toda su vida y el sacerdote de la parroquia. Nosotros no le guardamos luto y a la semana atacamos con furia una mata de guayaba. Luego de depredar la mata nos tiramos debajo de una de tamarindo a disfrutar el manjar, esa misma tarde en plena comilona el viento nos jugó una broma pesada, fue lo primero que pensamos, y deslizó hasta nuestros oídos la bella melodía que Simeón siempre silbaba. No lo pensamos dos veces y corrimos sin parar hasta llegar a nuestra casa.
Regresamos al patio convencido de que todo fue producto del viento, pero de nuevo escuchamos la melodía y de nuevo corrimos. Esta vez no pudimos buscar una excusa razonable y por unanimidad decidimos no regresar al patio de la casa Aybar.
Todo hubiese quedado hasta ahí de no haber sido porque una mañana escuché la melodía de Simeón en un solitario pasillo de la escuela cuando iba en busca de mi hermanita en el maternal. Corrí hasta el aula donde estaba mi hermano que simplemente dijo: ¨¡Hay que buscar ayuda!¨
A pesar de que mis padres eran religiosos a extremo, mamá era bien accesible y se puede decir que hasta permisiva con las travesuras que hicimos en la niñez y adolescencia. Por ello fue la elegida para exponerle el problema que nos acosaba. Nos escuchó en silencio pero siempre atenta de nuestra confesión y el evento sobrenatural que vivíamos. Si se enojó nunca lo demostró, su rostro, diría, fue de franca preocupación.
-Debemos ir donde el Padre Carlos y contarle-Dijo.
Para ir a la iglesia era obligatorio pasar frente a la casa de los Aybar por ser esa una calle sin salida y nosotros vivir casi en el fondo de la misma, de nuevo escuchamos el ahora macabro silbido de Simeón, y mamá junto con nosotros se dio a la fuga. Llegamos a la parroquia con el alma en vilo, le contamos como pudimos al Padre que nunca puso en duda la historia por el respeto que mamá se había ganado en la comunidad. El padre dijo que eso era el alma de Simeón que estaba penando, con una misa y confesión de los ofensores se solucionaba todo.
Siempre había tenido mis dudas sobre los secretos de confesión, para sorpresa nuestra todos en el barrio se enteraron de las ¨apariciones¨ del difunto jardinero. Dos días después una vecina juraba haber escuchado a Simeón al pasar frente a la casa de los Aybar. La histeria se desparramó por las calles del barrio por lo que se buscó al padre para llevar a cabo una misa en pleno patio.
El cura llegó de sotana y dos monaguillos como pajes de boda. Fue sacando de un bultito un potecito de plástico con el agua bendita, un rosario y otras cosas que no pude reconocer en el momento. Casi todos los vecinos se unieron a nosotros y la familia Aybar que accedieron de mala gana por decir que todo eso era charlatanería de muchachos majaderos y malcriados.
El rito inició con el Padre lanzando agua bendita por todos lados al momento que nos arrodillamos dándonos golpes en el pecho mientras rezábamos el santo rosario. Prosiguió el padre con una letanía en latín que cargaron mucho más el ambiente que de por sí ya era pesado. Pidió que nos pusiéramos de pie y le siguiéramos, entonces todos incluyendo al cura y los incrédulos Aybar escuchamos a Simeón, el temor se apoderó del grupo. El padre Carlos invocó a todos los santos conocidos para que le mostraran al difunto el camino hacia el paraíso. La dueña de la casa interrumpió al padre y gritó:
-Simeón, tú necesitas algo? Una novena? Estamos aquí para complacerte, habla, di lo que te hace falta!-
Avanzamos por el patio siguiendo el origen de la melodía entre los árboles, llegamos hasta un pequeño estanque y para sorpresa de todos encontramos a una nieta de la dueña de la casa que con apenas unos siete años imitaba fielmente la melodía que entonaba cada día Simeón. Al preguntarle la abuela porqué lo hacía, respondió:
-Porque estos dos, señalando a mi hermano primero y luego a mi, siempre se burlaban del pobre Simeón. Al ver que se asustaron me sentí bien y hasta en la escuela los asusté-
-Bueno, todos a sus hogares, aquí no ha pasado nada- Dijo el Padre Carlos.
Nos dimos la vuelta y caminamos despacio y en silencio. La melodía se escuchó de nuevo y todos miramos a la niña que iba abrazada a su abuela y ni siquiera había hablado, volteamos asustados hacia el patio y fuimos testigos como los silbidos de Simeón se fueron alejando hasta perderse en el fondo de la propiedad.
A la niña se la llevaron a vivir a Miami con sus padres, mi hermano y yo nunca nos arriesgamos de nuevo a pisar el patio de la casa Aybar a pesar de que los silbidos de Simeón jamás se volvieron a escuchar. Ha pasado el tiempo y todavía al pasar frente a la casa una especie de escalofrío se apodera de mi ser, quizás sea Simeón que no está satisfecho con su venganza, o que en realidad me remuerda la conciencia.
Vi Ho Purgatto Ancora!
viernes, 13 de mayo de 2011
Una escritora invitada...
Saludos amigos lectores, no los he abandonado, es que sigo enredado en la mirada de Abril, ya regreso pronto, antes de lo que imaginan, mientras tanto les dejo parte de sus encanto, los que me tienen hechizado...
Ella, simplemente ella.
Yo era la poesía, que ocupaba tu espacio,
La que vivía desnuda bajo tus sabanas y tus sentidos.
Aquella que se perdía por momentos en tu piel,
La que reconoces a ciegas en un beso,
La que dejaste ir a un largo viaje,
Esa… si… ¡esa!, te arrancó el alma en un instante.
Llevándose en su corazón, aquel brillo inmenso de tus ojos.
Ella…si… ¡ella!, siempre permanece,
Porque todavía recordarla te estremece.
Abril Dronbjak 2011
Ella, simplemente ella.
Yo era la poesía, que ocupaba tu espacio,
La que vivía desnuda bajo tus sabanas y tus sentidos.
Aquella que se perdía por momentos en tu piel,
La que reconoces a ciegas en un beso,
La que dejaste ir a un largo viaje,
Esa… si… ¡esa!, te arrancó el alma en un instante.
Llevándose en su corazón, aquel brillo inmenso de tus ojos.
Ella…si… ¡ella!, siempre permanece,
Porque todavía recordarla te estremece.
Abril Dronbjak 2011
viernes, 29 de abril de 2011
Leyendas Urbanas...
Predicción Funesta
El haitiano Bryan se paraba cada noche frente a la cancha de básquetbol a predicar ¨la palabra¨ con su voz estruendosa mientras jugábamos. Entre pases y tiros al aro, el moreno sacaba una petaca y se anotaba un trago de ron.
Bryan era un hombre alto, corpulento, parecía uno de los luchadores de la WWE. Siempre vestido de negro, traje y corbata, la camisa variaba. Una Biblia en manos que agitaba sin misericordia a medida que su discurso lo iba enardeciendo hasta llegar al borde de la histeria. Ya nos tenía desesperados, por eso les propuse a los muchachos darle al negro una paliza para que no volviera a pisar siquiera cerca de nosotros; otro muchacho del grupo fue más lejos: ¨Es mejor salir de él, quién va a echar de menos a un haitiano ilegal¨ todos estuvimos de acuerdo.
Acercarnos a él no fue difícil, a lo mejor pensó que sus palabras habían surtido efecto en nosotros, ahí estuvo su error. En el momento en que lo derribamos para someterlo estaba en pleno apogeo de su sermón. Hablaba de lo que había sido en Haití, un chamán maligno que a base de magia negra hizo mucho daño a personas inocentes por encargo, pero que Jesucristo lo había salvado y hecho un hombre nuevo y bueno. Le golpeamos salvajemente para ir debilitando su resistencia, al brotar la sangre se confundió con las gruesas gotas de sudor de nuestros cuerpos; Bryan apenas respiraba. Cargamos con su pesado cuerpo hasta unos matorrales por donde nunca cruzaba nadie, allí lo callaríamos para siempre, de repente Bryan empezó a sacudirse, luchaba por librarse, fue imposible. Saqué mi navaja y disfrutando el momento se la puse en la cara, recorrí su rostro, bajé hasta su cuello con la filosa punta arañando su oscura piel. Bryan me repetía asustado: ¨No haga daño a mi, tú clava puñal a mi y otro clava a ti, y otro…¨ cubrí su boca con una de mis manos, su cuerpo no se resistió al metal que laceraba impunemente su carne, sonreí, saqué la navaja y volví la clavé con más fuerza varias veces, no encontré su alma. Sin hacer ruido se quedó dormido, su rostro así sereno me pareció como si estuviera rejuvenecido, la luna le daba un cierto toque, me atrevería a decir ¨divino¨ fue entonces cuando tuve la sensación de que algo me quemaba, fuego vivo corrompía mis entrañas, luego sentí frío, vi un cuchillo tinto en sangre abandonando mi cuerpo, dolía. Sentí el mismo fuego al penetrar de nuevo, ya no pude volver a sonreír. Caí, asombrado miraba la cara de mi asesino, uno de mis amigos que a su vez era atacado por otro del grupo y este por otro que le asesinaba y era asesinado. Así quedamos, amontonados en un charco de sangre hasta que nos encontraron bien entrada la mañana. Nadie se pudo explicar porqué cuatro jóvenes amigos de infancia pelearon entre sí.
En mi velatorio, en medio de todo el llanto de familiares y amigos, el hermano Bryan, el haitiano que siempre viste de negro, fue quien leyó el panegírico.
El haitiano Bryan se paraba cada noche frente a la cancha de básquetbol a predicar ¨la palabra¨ con su voz estruendosa mientras jugábamos. Entre pases y tiros al aro, el moreno sacaba una petaca y se anotaba un trago de ron.
Bryan era un hombre alto, corpulento, parecía uno de los luchadores de la WWE. Siempre vestido de negro, traje y corbata, la camisa variaba. Una Biblia en manos que agitaba sin misericordia a medida que su discurso lo iba enardeciendo hasta llegar al borde de la histeria. Ya nos tenía desesperados, por eso les propuse a los muchachos darle al negro una paliza para que no volviera a pisar siquiera cerca de nosotros; otro muchacho del grupo fue más lejos: ¨Es mejor salir de él, quién va a echar de menos a un haitiano ilegal¨ todos estuvimos de acuerdo.
Acercarnos a él no fue difícil, a lo mejor pensó que sus palabras habían surtido efecto en nosotros, ahí estuvo su error. En el momento en que lo derribamos para someterlo estaba en pleno apogeo de su sermón. Hablaba de lo que había sido en Haití, un chamán maligno que a base de magia negra hizo mucho daño a personas inocentes por encargo, pero que Jesucristo lo había salvado y hecho un hombre nuevo y bueno. Le golpeamos salvajemente para ir debilitando su resistencia, al brotar la sangre se confundió con las gruesas gotas de sudor de nuestros cuerpos; Bryan apenas respiraba. Cargamos con su pesado cuerpo hasta unos matorrales por donde nunca cruzaba nadie, allí lo callaríamos para siempre, de repente Bryan empezó a sacudirse, luchaba por librarse, fue imposible. Saqué mi navaja y disfrutando el momento se la puse en la cara, recorrí su rostro, bajé hasta su cuello con la filosa punta arañando su oscura piel. Bryan me repetía asustado: ¨No haga daño a mi, tú clava puñal a mi y otro clava a ti, y otro…¨ cubrí su boca con una de mis manos, su cuerpo no se resistió al metal que laceraba impunemente su carne, sonreí, saqué la navaja y volví la clavé con más fuerza varias veces, no encontré su alma. Sin hacer ruido se quedó dormido, su rostro así sereno me pareció como si estuviera rejuvenecido, la luna le daba un cierto toque, me atrevería a decir ¨divino¨ fue entonces cuando tuve la sensación de que algo me quemaba, fuego vivo corrompía mis entrañas, luego sentí frío, vi un cuchillo tinto en sangre abandonando mi cuerpo, dolía. Sentí el mismo fuego al penetrar de nuevo, ya no pude volver a sonreír. Caí, asombrado miraba la cara de mi asesino, uno de mis amigos que a su vez era atacado por otro del grupo y este por otro que le asesinaba y era asesinado. Así quedamos, amontonados en un charco de sangre hasta que nos encontraron bien entrada la mañana. Nadie se pudo explicar porqué cuatro jóvenes amigos de infancia pelearon entre sí.
En mi velatorio, en medio de todo el llanto de familiares y amigos, el hermano Bryan, el haitiano que siempre viste de negro, fue quien leyó el panegírico.
sábado, 16 de abril de 2011
De los amigos que partieron...
Roberto
El mismo día que nací, una vecina daba a luz un niño al que llamó Roberto. Cuando mi madre y esa vecina se enteraron de sus respectivos embarazos formaron una especie de cofradía que todavía hoy perdura.
Las embarazadas se sentaban en el portal de mi casa a planificar nuestro futuro; nos imaginaron grandes amigos, nos convirtieron en médico y abogado, nos casaron con mujeres hermosas y se imaginaron cuidando los nietos.
La vida toma rumbos que muchos nunca llegamos a comprender, Roberto y yo no llegamos a ser los grandes amigos que nuestras madres pensaron en su momento. La última vez que vi a Roberto ha de hacer unos treinta y cinco años si no me equivoco. A su madre siempre me la encuentro, ya sea cuando va de visita por casa o caminando por las calles de la ciudad. Siempre que nos vemos luego de saludarme me dice lo mismo: ¨El primero de agosto vas a cumplir tantos años, al igual que Roberto¨. Nunca le pregunto por él, guardo silencio y busco una excusa para seguir.
En mis cumpleaños recibo una postal de su parte con el mismo mensaje cada año: ¨Felicidades Rafael, que Dios te proteja hoy y siempre¨
A pesar de tener la misma edad, Roberto siempre fue más alto y despierto que yo. Asistimos a la misma escuela y pronto llamó la atención de los profesores con sus ocurrencias. Al iniciar el tercer curso de básica tuvo el atrevimiento de decir que quería morir a los treinta y tres años como los tres hombres que más admiraba en la vida: Jesucristo, Bruce Lee y el Ché Guevara (1). Dijo que practicaba Full Contact con su padre lo cual era mentira, su padre los había abandonado para nunca saberse de su paradero. En el barrio comentaron que se había ido como polizonte en un barco francés, otros susurraban que el dictador Enano lo había mandado a desaparecer; no faltó alguno que se atrevió a insinuar que el padre de Roberto había sido abducido por extraterrestres.
Al terminar la universidad me fui del país, y fue en tierras extranjeras cuando empecé a echar de menos a Roberto, me sentaba en un café a especular qué habría sido de nosotros ya de adultos de haber seguido en contacto. Me preguntaba si realmente hubiésemos sido los mejores amigos, o como nuestras madres pronosticaron, hermanos. Mi andanada de recuerdos con Roberto dio inicio un frío sábado en el D.F., sábado de sacrificarme a no ir al fútbol para comprarle a mi madre un presente. Ella había sido explicita, quería un rosario de la virgen de Guadalupe y que fuera comprado y bendecido en la propia basílica que está frente a la plaza de la Constitución. Al llegar a la plaza donde se encuentra el templo vi una pared que servía de mural improvisado, fue lo que me hizo recordar a mi amigo Roberto, en el mural estaban pegadas cientos de fotografías de niños desaparecidos y los teléfonos de contacto. Me transporté mentalmente a una calle de mi barrio una tarde de otoño de 1975, un carro se detuvo frente a unos niños que jugaban; dijeron los testigos, tomaron a Roberto por un brazo y lo metieron dentro, escaparon sin que nadie pudiera reaccionar a tiempo.
A medida que pasaron los años fui escuchando diferentes versiones de lo que pudo haber ocurrido, hablaron de venta de órganos, venganza de algún enemigo del padre y hasta mencionaron a Mano Blanca (2).
Regresé a Santiago y tuve la oportunidad de volver a ver a la madre de Roberto, como siempre hablaba de mi edad, y yo siempre buscaba una excusa para evitar la situación.
Hace poco murió el hijo de un buen amigo, de los que uno considera hermano, su hijo apenas iba a cumplir los cinco años. Al ver el rostro de mi amigo descompuesto por el dolor no supe que decirle y le abracé, al hacerlo sentí que también abrazaba a la madre de Roberto, aquel abrazo que le había negado durante tanto tiempo.
Unos días después tocaba a su puerta, no se sorprendió al verme, me esperaba. Nos sentamos en la terraza de la casa, puso una humeante taza de café en mis manos y sacó un álbum de fotos de Roberto. En una de las fotos yo aparecía a su lado, ambos disfrazados de vaqueros en una durante el carnaval. Me fijé en sus ojos, los vi triste, ausentes, como si no fuera el mismo niño extrovertido que recordaba.
Ahora la visito por lo menos una vez a la semana, casi no hablamos, nos comunicamos con nuestro silencio, un silencio reconfortante que nos llena de valor. Siempre miro sus fotos y cada vez estoy más convencido que más que amigos hubiésemos sido hermanos.
Para Charles Jr.García Domínguez (R.I.P.)
(1)A pesar de que Roberto dijo en el aula de clase que los tres hombres habían muerto a los 33 años, estaba equivocado. Bruce Lee iba a cumplir 33 al momento de su muerte, Jesucristo se dice tenía 38, y lo de los 33 viene por un error al empezar a utilizar al calendario gregoriano. El Ché Guevara murió de 39 años.
(2)Mano Blanca fue un asesino en serie que se hizo famoso en los 70´s en la República Dominicana, es parte del cuento: Mano Blanca que pueden leer en este mismo blog.
El mismo día que nací, una vecina daba a luz un niño al que llamó Roberto. Cuando mi madre y esa vecina se enteraron de sus respectivos embarazos formaron una especie de cofradía que todavía hoy perdura.
Las embarazadas se sentaban en el portal de mi casa a planificar nuestro futuro; nos imaginaron grandes amigos, nos convirtieron en médico y abogado, nos casaron con mujeres hermosas y se imaginaron cuidando los nietos.
La vida toma rumbos que muchos nunca llegamos a comprender, Roberto y yo no llegamos a ser los grandes amigos que nuestras madres pensaron en su momento. La última vez que vi a Roberto ha de hacer unos treinta y cinco años si no me equivoco. A su madre siempre me la encuentro, ya sea cuando va de visita por casa o caminando por las calles de la ciudad. Siempre que nos vemos luego de saludarme me dice lo mismo: ¨El primero de agosto vas a cumplir tantos años, al igual que Roberto¨. Nunca le pregunto por él, guardo silencio y busco una excusa para seguir.
En mis cumpleaños recibo una postal de su parte con el mismo mensaje cada año: ¨Felicidades Rafael, que Dios te proteja hoy y siempre¨
A pesar de tener la misma edad, Roberto siempre fue más alto y despierto que yo. Asistimos a la misma escuela y pronto llamó la atención de los profesores con sus ocurrencias. Al iniciar el tercer curso de básica tuvo el atrevimiento de decir que quería morir a los treinta y tres años como los tres hombres que más admiraba en la vida: Jesucristo, Bruce Lee y el Ché Guevara (1). Dijo que practicaba Full Contact con su padre lo cual era mentira, su padre los había abandonado para nunca saberse de su paradero. En el barrio comentaron que se había ido como polizonte en un barco francés, otros susurraban que el dictador Enano lo había mandado a desaparecer; no faltó alguno que se atrevió a insinuar que el padre de Roberto había sido abducido por extraterrestres.
Al terminar la universidad me fui del país, y fue en tierras extranjeras cuando empecé a echar de menos a Roberto, me sentaba en un café a especular qué habría sido de nosotros ya de adultos de haber seguido en contacto. Me preguntaba si realmente hubiésemos sido los mejores amigos, o como nuestras madres pronosticaron, hermanos. Mi andanada de recuerdos con Roberto dio inicio un frío sábado en el D.F., sábado de sacrificarme a no ir al fútbol para comprarle a mi madre un presente. Ella había sido explicita, quería un rosario de la virgen de Guadalupe y que fuera comprado y bendecido en la propia basílica que está frente a la plaza de la Constitución. Al llegar a la plaza donde se encuentra el templo vi una pared que servía de mural improvisado, fue lo que me hizo recordar a mi amigo Roberto, en el mural estaban pegadas cientos de fotografías de niños desaparecidos y los teléfonos de contacto. Me transporté mentalmente a una calle de mi barrio una tarde de otoño de 1975, un carro se detuvo frente a unos niños que jugaban; dijeron los testigos, tomaron a Roberto por un brazo y lo metieron dentro, escaparon sin que nadie pudiera reaccionar a tiempo.
A medida que pasaron los años fui escuchando diferentes versiones de lo que pudo haber ocurrido, hablaron de venta de órganos, venganza de algún enemigo del padre y hasta mencionaron a Mano Blanca (2).
Regresé a Santiago y tuve la oportunidad de volver a ver a la madre de Roberto, como siempre hablaba de mi edad, y yo siempre buscaba una excusa para evitar la situación.
Hace poco murió el hijo de un buen amigo, de los que uno considera hermano, su hijo apenas iba a cumplir los cinco años. Al ver el rostro de mi amigo descompuesto por el dolor no supe que decirle y le abracé, al hacerlo sentí que también abrazaba a la madre de Roberto, aquel abrazo que le había negado durante tanto tiempo.
Unos días después tocaba a su puerta, no se sorprendió al verme, me esperaba. Nos sentamos en la terraza de la casa, puso una humeante taza de café en mis manos y sacó un álbum de fotos de Roberto. En una de las fotos yo aparecía a su lado, ambos disfrazados de vaqueros en una durante el carnaval. Me fijé en sus ojos, los vi triste, ausentes, como si no fuera el mismo niño extrovertido que recordaba.
Ahora la visito por lo menos una vez a la semana, casi no hablamos, nos comunicamos con nuestro silencio, un silencio reconfortante que nos llena de valor. Siempre miro sus fotos y cada vez estoy más convencido que más que amigos hubiésemos sido hermanos.
Para Charles Jr.García Domínguez (R.I.P.)
(1)A pesar de que Roberto dijo en el aula de clase que los tres hombres habían muerto a los 33 años, estaba equivocado. Bruce Lee iba a cumplir 33 al momento de su muerte, Jesucristo se dice tenía 38, y lo de los 33 viene por un error al empezar a utilizar al calendario gregoriano. El Ché Guevara murió de 39 años.
(2)Mano Blanca fue un asesino en serie que se hizo famoso en los 70´s en la República Dominicana, es parte del cuento: Mano Blanca que pueden leer en este mismo blog.
sábado, 2 de abril de 2011
Ahora les hablaré de mi...
Oda a la paja…
¨Mi mano ahuyentó soledades
tomando tu forma precisa,
la piel que te hice en el aire
recibe un temblor de semilla.
Un quieto cansancio me esparce,
tu imagen se borra enseguida,
me llena una ausencia de hambre
y un dulce calor de saliva.
Dentro
me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto. ¨ Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute ¨Dentro¨
Mi primera paja fue mucho más intensa que la sensación que sentí cuando hice el amor por primera vez. Recuerdo aquel sábado de febrero cuando me juntaba en una esquina del barrio con el grupo de amigos que eran parte del club del fútbol de la zona. Teníamos un partido de la liga infantil de la ciudad. Al llegar al grupo seguido mostré interés en el tema que trataban, la paja!
Soy el sexto hijo de una pareja de creyentes devotos y fervientes del cristianismo, salidos de un campo de San José de las Matas, por lo que comprenderán que ciertos temas en casa no se tocaban.
A pesar de que nunca había escuchado hablar de la masturbación, mi instinto me puso en alerta y escuchaba en silencio las diferentes versiones y nombres que tenía el sexo solitario. Uno de los chicos dijo que la más placentera era la de copita, otro aseguraba que nada como el molenillo, un tercero prefería la rusa. ¨ No hay nada igual muchachos ¨ afirmó.
-Tú ni las tetas de tu madre llegaste a ver porque nunca te dieron del pecho- Todos explotamos en una carcajada estruendosa.
Contagiado de curiosidad llamé aparte al loco y la luna, un amigo de infancia inseparable (ya luego les cuento sobre él) le pregunté qué diablos era la paja.
-¿Tú nunca te has hecho una paja?- Preguntó asombrado
-No!- me vi obligado a confesar.
-Eso es lo mejor del mundo pana, te agarras por ahí debajo y lo mueves pa´lante y pa´tras mientras piensas en una muchacha que te guste.
Mi mundo tuvo un antes y un después de aquella revelación divina del loco y la luna. Fui otro a partir de aquel momento.
-Ya regreso- le dije y salí corriendo a casa con la imagen de Ela, una gringa que vivía al lado de casa y se pasaba las tardes tiradas en un chairlong tomando el sol con unos bikinis que dejaban poco a la imaginación.
Mi primera paja fue en su nombre, lo repetí mentalmente unas cien veces, la primera paja de mi vida dio inicio a una serie de conflictos que marcaron mi existencia. Al cabo de varios minutos concluía con mi primera hazaña sexual y programaba ya una segunda parte cuando el jadeo al respirar se calmara y me llegara de nuevo la viva imagen de Ela, ahora por qué no, desnuda como vino al mundo. Había olvidado el partido, de no haber sido el único portero del equipo y no se hubiesen molestado en ir a buscarme y casi obligarme a ir al encuentro.
Mi desempeño en el juego fue un desastre, no pude nunca sacarme aquella emoción, esa casi muerte que me embargó al venirme. Ansiaba que pasaran las horas y poder regresar a mi casa y dar rienda suelta a mi imaginación.
El segundo conflicto provocado por la paja fue contra la fe, hacía unos cuatro años que estaba de monaguillo en la iglesia San Antonio por sugerencia de mi madre. Después de la santa misa el padre Justo, un español con ínfulas de santo varón me recriminaba con un seseo molestoso:
-Rafael, Dios todo lo ve! Él sabe las cosas que estás haciendo y no le gustan porque son pecaminosas! Si sigues por ese paso nadie te salva del fuego eterno-
Tragaba en seco por el temor de arder por siempre en el purgatorio, pero al llegar a la casa mandaba al diablo al diablo y me entregaba a mi nuevo vicio. Nunca imaginé que el sabor del pecado era tan delicioso. Me masturbaba y cada vez era mucho mejor que la anterior, pero apareció en mi cabeza un elemento nuevo, la culpa. La misma fue creciendo al mismo ritmo que mi vicio de pajearme a la primera oportunidad de trancarme en el baño de la casa. Me hice una promesa, a lo mejor para aplacar la ira divina; durante la cuaresma no me iba a masturbar!
Mamá acostumbraba a celebrar la cuaresma con unas habichuelas dulce, invitó a nuestros vecinos norteamericanos que comieron hasta el cansancio cuantos platos mi vieja le servía en la mesa. Ela había venido con sus padres, por su blusa se dibujaban sus pezones, no podía quitar la mirada en ellos, pensaba que iban a salir disparados y sacarme los ojos del impacto. No pude terminar mi plato y me excusé para ir al baño y romper el mismo primer día mi promesa en cinco ocasiones.
Decepcionado conmigo por ser tan débil y el miedo al nuevo reproche del padre Justo me hice una nueva promesa, durante la semana santa me iba a mantener firme, no me iba a tocar.
Todo fue inútil, el lunes santo rompí por lo que me di una nueva oportunidad, pero en esta ocasión si que no podía fallar, el viernes santo no me iba a masturbar porque entonces iba a ofender el nombre de nuestro señor con mis morbosidades y con eso no se juega me dije. Les juro que casi cumplo, fui víctima del destino, todo se vino abajo en el lugar menos pensando, la iglesia!...durante la misa, cuando el padre nos invitaba a darnos el abrazo de la paz una joven mujer de senos firmes me abrazó más de lo normal y pude sentir como se clavaban en mi pecho sus deliciosas tetas que fueron motivo suficiente para convertirme en un irracional y en el mismo baño de la sacristía desfogarme a sabiendas de que nadie me salvaba del infierno.
A la semana siguiente abandonaba mi carrera religiosa a pesar de los reproches de mis padres. No pasó mucho tiempo para que me negara a ir a misa, ni siquiera a la del domingo estaba dispuesto a ir, no lo consideraba honesto de mi parte luego de lo sucedido. Como era de esperarse, mis padres al ver el alejamiento progresivo del menor de sus hijos se alarmaron a extremo, al principio quisieron obligarme para ante mi férrea resistencia se dieron por vencido.
A inicio de los años 80´s era muy poco lo que se hablaba con los hijos sobre la masturbación, lo poco era totalmente distorsionado, por un lado la iglesia repetía la absurda teoría de quien se masturbaba corría el riesgo de quedar ciego. En las calles, entre los amigos estaba otra versión más benévola, la misma no ha sido comprobada, mientras más te masturbas más te crece el pene.
Sacar tabúes de la cabeza de un ser humano puede llegar a ser muy complicado, a veces imposible. Con la llegada de mis dieciséis años cuestionaba la existencia de Dios, de su reino eterno etc, pero todavía pensaba que masturbarse no era correcto.
Me hice una cuarta promesa, iba a seguir hasta tener mi primer contacto sexual con una mujer. Ese mismo año inicié una especie de affaire con una muchacha que me llevaba unos cuatro años de edad. Ella desde el inicio controló la relación y cada vez que lo hicimos fue cuando y como ella quiso. Aquella situación provocó un aumento en la frecuencia de masturbarme. Una noche, luego de haber terminado de hacer el amor me dijo que se casaba dentro de dos meses con su novio de la universidad. Me vi solo de nuevo por lo que justificaba cada vez que me pajeaba.
Las promesas que hice luego fueron muchas, hasta cumplir los veinte, no, hasta llegar a los 30, cuando me case, cuando tenga un hijo etc. Nunca pude cumplir, me vi en serios problemas cuando mi pareja me descubrió una noche en la ducha, no hubo manera de convencerla que no estaba pensando en otra mujer, eso fue el principio del fin de nuestra relación. En menos de un mes hizo las maletas y dejó una nota escueta encima de la cama, nunca regresó.
Aunque he disminuido la frecuencia, nunca he parado de masturbarme. Hoy a mis cuarenta y dos años sigo con la vieja costumbre que inicié en el 1981. Abandoné la religión, casi dejo a un lado el deporte que amo, me abandonaron mujeres y la verdad es que no lo sufrí mucho. Sigo anhelando cada día un momentito a solas y así poder tener la libertad de imaginar que estoy con quien se me pega en gana, a lo mejor con Ela, con la universitaria o una actriz de cine de moda. La elección es mía, es mi imaginación y demasiado caro he pagado, creo que me lo merezco.
Vi Ho Purgatto Ancora!
¨Mi mano ahuyentó soledades
tomando tu forma precisa,
la piel que te hice en el aire
recibe un temblor de semilla.
Un quieto cansancio me esparce,
tu imagen se borra enseguida,
me llena una ausencia de hambre
y un dulce calor de saliva.
Dentro
me quemo por ti,
me vierto sin ti
y nace un muerto. ¨ Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute ¨Dentro¨
Mi primera paja fue mucho más intensa que la sensación que sentí cuando hice el amor por primera vez. Recuerdo aquel sábado de febrero cuando me juntaba en una esquina del barrio con el grupo de amigos que eran parte del club del fútbol de la zona. Teníamos un partido de la liga infantil de la ciudad. Al llegar al grupo seguido mostré interés en el tema que trataban, la paja!
Soy el sexto hijo de una pareja de creyentes devotos y fervientes del cristianismo, salidos de un campo de San José de las Matas, por lo que comprenderán que ciertos temas en casa no se tocaban.
A pesar de que nunca había escuchado hablar de la masturbación, mi instinto me puso en alerta y escuchaba en silencio las diferentes versiones y nombres que tenía el sexo solitario. Uno de los chicos dijo que la más placentera era la de copita, otro aseguraba que nada como el molenillo, un tercero prefería la rusa. ¨ No hay nada igual muchachos ¨ afirmó.
-Tú ni las tetas de tu madre llegaste a ver porque nunca te dieron del pecho- Todos explotamos en una carcajada estruendosa.
Contagiado de curiosidad llamé aparte al loco y la luna, un amigo de infancia inseparable (ya luego les cuento sobre él) le pregunté qué diablos era la paja.
-¿Tú nunca te has hecho una paja?- Preguntó asombrado
-No!- me vi obligado a confesar.
-Eso es lo mejor del mundo pana, te agarras por ahí debajo y lo mueves pa´lante y pa´tras mientras piensas en una muchacha que te guste.
Mi mundo tuvo un antes y un después de aquella revelación divina del loco y la luna. Fui otro a partir de aquel momento.
-Ya regreso- le dije y salí corriendo a casa con la imagen de Ela, una gringa que vivía al lado de casa y se pasaba las tardes tiradas en un chairlong tomando el sol con unos bikinis que dejaban poco a la imaginación.
Mi primera paja fue en su nombre, lo repetí mentalmente unas cien veces, la primera paja de mi vida dio inicio a una serie de conflictos que marcaron mi existencia. Al cabo de varios minutos concluía con mi primera hazaña sexual y programaba ya una segunda parte cuando el jadeo al respirar se calmara y me llegara de nuevo la viva imagen de Ela, ahora por qué no, desnuda como vino al mundo. Había olvidado el partido, de no haber sido el único portero del equipo y no se hubiesen molestado en ir a buscarme y casi obligarme a ir al encuentro.
Mi desempeño en el juego fue un desastre, no pude nunca sacarme aquella emoción, esa casi muerte que me embargó al venirme. Ansiaba que pasaran las horas y poder regresar a mi casa y dar rienda suelta a mi imaginación.
El segundo conflicto provocado por la paja fue contra la fe, hacía unos cuatro años que estaba de monaguillo en la iglesia San Antonio por sugerencia de mi madre. Después de la santa misa el padre Justo, un español con ínfulas de santo varón me recriminaba con un seseo molestoso:
-Rafael, Dios todo lo ve! Él sabe las cosas que estás haciendo y no le gustan porque son pecaminosas! Si sigues por ese paso nadie te salva del fuego eterno-
Tragaba en seco por el temor de arder por siempre en el purgatorio, pero al llegar a la casa mandaba al diablo al diablo y me entregaba a mi nuevo vicio. Nunca imaginé que el sabor del pecado era tan delicioso. Me masturbaba y cada vez era mucho mejor que la anterior, pero apareció en mi cabeza un elemento nuevo, la culpa. La misma fue creciendo al mismo ritmo que mi vicio de pajearme a la primera oportunidad de trancarme en el baño de la casa. Me hice una promesa, a lo mejor para aplacar la ira divina; durante la cuaresma no me iba a masturbar!
Mamá acostumbraba a celebrar la cuaresma con unas habichuelas dulce, invitó a nuestros vecinos norteamericanos que comieron hasta el cansancio cuantos platos mi vieja le servía en la mesa. Ela había venido con sus padres, por su blusa se dibujaban sus pezones, no podía quitar la mirada en ellos, pensaba que iban a salir disparados y sacarme los ojos del impacto. No pude terminar mi plato y me excusé para ir al baño y romper el mismo primer día mi promesa en cinco ocasiones.
Decepcionado conmigo por ser tan débil y el miedo al nuevo reproche del padre Justo me hice una nueva promesa, durante la semana santa me iba a mantener firme, no me iba a tocar.
Todo fue inútil, el lunes santo rompí por lo que me di una nueva oportunidad, pero en esta ocasión si que no podía fallar, el viernes santo no me iba a masturbar porque entonces iba a ofender el nombre de nuestro señor con mis morbosidades y con eso no se juega me dije. Les juro que casi cumplo, fui víctima del destino, todo se vino abajo en el lugar menos pensando, la iglesia!...durante la misa, cuando el padre nos invitaba a darnos el abrazo de la paz una joven mujer de senos firmes me abrazó más de lo normal y pude sentir como se clavaban en mi pecho sus deliciosas tetas que fueron motivo suficiente para convertirme en un irracional y en el mismo baño de la sacristía desfogarme a sabiendas de que nadie me salvaba del infierno.
A la semana siguiente abandonaba mi carrera religiosa a pesar de los reproches de mis padres. No pasó mucho tiempo para que me negara a ir a misa, ni siquiera a la del domingo estaba dispuesto a ir, no lo consideraba honesto de mi parte luego de lo sucedido. Como era de esperarse, mis padres al ver el alejamiento progresivo del menor de sus hijos se alarmaron a extremo, al principio quisieron obligarme para ante mi férrea resistencia se dieron por vencido.
A inicio de los años 80´s era muy poco lo que se hablaba con los hijos sobre la masturbación, lo poco era totalmente distorsionado, por un lado la iglesia repetía la absurda teoría de quien se masturbaba corría el riesgo de quedar ciego. En las calles, entre los amigos estaba otra versión más benévola, la misma no ha sido comprobada, mientras más te masturbas más te crece el pene.
Sacar tabúes de la cabeza de un ser humano puede llegar a ser muy complicado, a veces imposible. Con la llegada de mis dieciséis años cuestionaba la existencia de Dios, de su reino eterno etc, pero todavía pensaba que masturbarse no era correcto.
Me hice una cuarta promesa, iba a seguir hasta tener mi primer contacto sexual con una mujer. Ese mismo año inicié una especie de affaire con una muchacha que me llevaba unos cuatro años de edad. Ella desde el inicio controló la relación y cada vez que lo hicimos fue cuando y como ella quiso. Aquella situación provocó un aumento en la frecuencia de masturbarme. Una noche, luego de haber terminado de hacer el amor me dijo que se casaba dentro de dos meses con su novio de la universidad. Me vi solo de nuevo por lo que justificaba cada vez que me pajeaba.
Las promesas que hice luego fueron muchas, hasta cumplir los veinte, no, hasta llegar a los 30, cuando me case, cuando tenga un hijo etc. Nunca pude cumplir, me vi en serios problemas cuando mi pareja me descubrió una noche en la ducha, no hubo manera de convencerla que no estaba pensando en otra mujer, eso fue el principio del fin de nuestra relación. En menos de un mes hizo las maletas y dejó una nota escueta encima de la cama, nunca regresó.
Aunque he disminuido la frecuencia, nunca he parado de masturbarme. Hoy a mis cuarenta y dos años sigo con la vieja costumbre que inicié en el 1981. Abandoné la religión, casi dejo a un lado el deporte que amo, me abandonaron mujeres y la verdad es que no lo sufrí mucho. Sigo anhelando cada día un momentito a solas y así poder tener la libertad de imaginar que estoy con quien se me pega en gana, a lo mejor con Ela, con la universitaria o una actriz de cine de moda. La elección es mía, es mi imaginación y demasiado caro he pagado, creo que me lo merezco.
Vi Ho Purgatto Ancora!
martes, 22 de marzo de 2011
Una escritora invitada...
Saludos amigos lectores, comparto con ustedes un escrito de una amiga de muchos años, Abril Dronbjak. Nos conocimos en una noche donde en medio del bullicio nos descubrimos solos en un mundo abarrotado de gente que bailaba, sudaba y destilaba alcohol por los poros. Hablamos toda la noche de literatura, cine, filosofía y supimos que esto iba para largo. Tuvimos que hacer una pausa para no cansarnos de nosotros mismos, duró muchos años dicha pausa, temía que fuera para siempre, pero ya ven, estamos de nuevo conectados y caminamos por el mismo sendero que nos apasiona, escribir!...
De Abril:
Existen trivialidades en nuestras vidas que forman parte de lo que realmente somos.
Esas mismas trivialidades que forman parte de nosotros, nos hacen sentir vulnerables
o quizás en ese momento quisimos formar parte de la vulnerabilidad que nos envolvía.
Somos fundamentalmente seres débiles que nos afecta nuestro entorno
para recibir o impregnar cierta energía que se acentúa en determinadas circunstancias.
Realmente y sobres ciertos criterios acostumbramos de forma intrínseca nuestros sentires
y nos acoplamos en algún modo a nuestras reacciones como queriendo justificar
lo acontecido y atribuyendo a la supuesta lógica, pensamientos que forman parte de nosotros
o de alguna forma dejan de serlo, cuando algunas veces la expectativa se la lleva el viento.
Abril Dronbjak(1991)
De Abril:
Existen trivialidades en nuestras vidas que forman parte de lo que realmente somos.
Esas mismas trivialidades que forman parte de nosotros, nos hacen sentir vulnerables
o quizás en ese momento quisimos formar parte de la vulnerabilidad que nos envolvía.
Somos fundamentalmente seres débiles que nos afecta nuestro entorno
para recibir o impregnar cierta energía que se acentúa en determinadas circunstancias.
Realmente y sobres ciertos criterios acostumbramos de forma intrínseca nuestros sentires
y nos acoplamos en algún modo a nuestras reacciones como queriendo justificar
lo acontecido y atribuyendo a la supuesta lógica, pensamientos que forman parte de nosotros
o de alguna forma dejan de serlo, cuando algunas veces la expectativa se la lleva el viento.
Abril Dronbjak(1991)
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